mon laferte, te amo [español] (2024)

mon laferte, te amo [español] (1)

Este texto fue traducido del inglés y publicado originalmente aquí.

SI SER FAN significa sentir que conoces a alguien, ser fan de un artista significa sentir que te conoces a ti mismo. Escuchas las letras de las canciones y haces tuyos los amores o las pérdidas; te sientes, al menos temporalmente, duplicado. Eres la persona de la que habla la canción y la que escucha, el artista y el público, el escritor y el lector que se pregunta cómo su vida puede ser contada con tanta elocuencia por otra persona. En literatura, esta superposición podría considerarse un epitexto abstracto: una interpretación de una obra que afecta a la forma de procesar el original. Tú llegas a amar tu nueva versión, la voz que has reducido a las líneas que te parecen propias, y el artista acaba vendiendo un montón de discos.

Romper intencionalmente esta ilusión, entonces, es una reclamación vulnerable. Es un renacimiento de la persona dentro de la estrella del pop, detrás del espectáculo. Y es un recordatorio de que aunque podamos amar y apreciar una obra como universal -eso es a menudo lo que la hace tan hermosa-, siempre es, ante todo, de otra persona.

Esta verdad es la tesis del último proyecto de la cantautora chilena Mon Laferte, Mon Laferte, te amo, un documental en parte profesional y en parte casero filmado durante su primer embarazo y la gira de su octavo álbum. Es un retrato íntimo: la vemos regar las flores de la tumba de su abuela, casarse con su ahora marido, sentir las primeras patadas de su hijo, amamantarlo entre bastidores. Y es centrado sin disculpas en ella. Durante algo más de una hora, Laferte relata su niñez y su ascenso a la fama (“para contarte esta historia”, dice, “tengo que contártela como completa”), y nosotros la seguimos con la ayuda de su discografía y las imágenes de su gira. Cuando recuerda a su padre ausente, por ejemplo, vemos una interpretación de “Pa' donde se fue”; las reflexiones sobre su relación con su madre van acompañadas de una desgarradora interpretación de “Te vi” en un bosque; canta “Niña” sobre su embarazo y suena “Malagradecido” mientras describe su depresión. La propia película es un concierto, y aunque nos anime a aplaudir, llorar y cantar con ella, las canciones de Laferte vuelven a ser suyas.

Podemos amar y apreciar una obra como universal -eso es a menudo lo que la hace tan bella-, pero siempre es, ante todo, de otra persona.

Antes de pisar en cualquier escenario, incluso antes de pronunciar sus primeras palabras, Mon Laferte era Norma Monserrat Bustamante Laferte, de Viña del Mar, Chile. Era una de los miles de niños que nacieron durante la devastadora dictadura de diecisiete años de Augusto Pinochet, y una de los millones que vivían en la pobreza.1 Todos los días, cuenta la cantante, ella y su hermana subían a la ladera para recoger flores blancas secas que su madre pintaba, colocaba en ramos, y vendía. En casa, comían pan duro. Aprendí a cantar, dice Laferte, “por hambre”.

Tres décadas después, está claro cuán formativa fue su infancia, no sólo artística- sino también políticamente. En SEIS, el disco que lanzó unos meses antes de la gira representada en el documental, canta, sarcástica, a un tú gubernamental: “Tú no tienes la culpa de que la plata a nadie la alcanza…”, y denuncia las políticas económicas de la época de la dictadura (“ahora sí”, canturrea, “te va a cargar tu neoliberalidad”). Dos años antes, en 2019, cuando más de 1,2 millones de personas protestaron en Santiago contra la trifecta miserable de un presidente de derecha, una Constitución desactualizada escrita bajo Pinochet y una desigualdad social extrema -solo para ser recibidos con una brutal violencia policial-, Laferte protagonizó su propia protesta en la alfombra roja de los Latin Grammys. Mientras posaba para las fotos, dejó al descubierto su pecho, mostrando tinta negra a lo largo del esternón que decía “EN CHILE, TORTURAN, VIOLAN, Y MATAN.” Alrededor del cuello llevaba un pañuelo verde, símbolo del movimiento por el derecho al aborto en Argentina, y durante casi un minuto permaneció de pie mirando solemnemente al frente, con las solapas de su traje cruzadas cuidadosamente por encima del ombligo. Las imágenes de la protesta, aunque breves, aparecen en el montaje inicial del documental; quedan como la ancla de toda la película.

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Pronto nos enteramos de que, si la pobreza impulsó la concientización de Laferte, la labor que siguió le dio forma. Con sólo trece años, empezó a cantar profesionalmente por unos míseros 1.500 pesos chilenos al día. (Ajustado a la inflación, eso equivale a unos cuatro dólares y cuarenta céntimos, o menos de 1.700 dólares al año, pero para alguien sin nada, se ríe, era mucho). La adolescente giraba a todas partes: a la calle, a bares, al circo, a tabernas, a festivales. Dejó de ir a la escuela. Era un secreto a voces que estaba siendo abusada por un “manager” depredador de 34 años -con él estuvo atrapada en una relación hasta los 18-, pero nadie dijo nunca nada. Durante cinco años, él se quedó con la mitad de sus ingresos. Le prometió que era la voluntad de Dios. (“A Crying Diamond” de 1940 Carmen, el primer álbum en el que Laferte canta en inglés, es la banda sonora de estas escenas).

“He killed the last drop of her happiness/ And took all of her youth/ And that makes him feel good/ He knows that God understands him/ Because God is also a man”

Cuando Laferte logró escapar, fue en parte gracias a su participación en Rojo, un concurso de canto de telerrealidad que dio lugar a su primer álbum, La Chica de Rojo. “Fue mi salvación”, recuerda, al menos hasta que el programa empezó a ignorar sus denuncias de acoso por parte del productor Jaime Román. Laferte volvió a huir a los veintitantos años, esta vez del país, y se instaló en México, donde vive desde entonces. Fue “la libertad máxima”, recuerda. “Aquí no había pasado, no había una familia, no había amigos. No había nada... Empecé a vivir libre”.

México, por supuesto, tenía sus propios fantasmas -y Laferte acabaría enfrentándose a ellos-, pero en sus primeros años era una pizarra en blanco, lista para la reinvención. Fue en México donde Monserrat Bustamante se convirtió en Mon Laferte. Y es en México, desde un estudio casero conectado con una cadena serpenteante de alargadores a un enchufe de un estacionamiento -no podía pagar la cuenta de luz ese mes-, donde Laferte grabó la que sigue siendo su canción más famosa, “Tu Falta de Querer”.

Es en este momento crucial de su carrera, y en el recuento, que Laferte reconoce por primera vez la relación entre sus letras y sus oyentes, en contraposición a sus letras y sus sujetos. Recordando su sorpresa ante el éxito del disco indie, dice: “Todos querían escuchar las canciones... [aunque] yo no conté mi historia [y] la gente no sabía lo que me había pasado”. Fue maravilloso, durante un tiempo, ser amada sin contexto, adorada sin lástima. Tener fans. Pero el hecho de que comparta su historia ahora, casi una década después, refleja su deseo de ser conocida. De dejar constancia de la vida que dio origen al arte, aunque sólo sea para la posteridad. Todo lo que he hecho, la cantautora reflexiona, ha sido un esfuerzo “para que la gente me quisiera”. Mon Laferte, te amo, entonces, puede resumirse como un esfuerzo por ser realmente vista.

El hecho de que comparta su historia ahora refleja su deseo de ser conocida. De dejar constancia de la vida que dio origen al arte, aunque sólo sea para la posteridad. De ser realmente vista.

En 2021, justo antes de empezar la gira del documental, Laferte declaró a Paper Magazine que no era activista. “Si [lo soy]”, bromeó, “soy la peor”. “Porque los activistas dedican su vida, ¿verdad? Todo el tiempo. Y yo estoy aquí haciendo otras cosas”.

Mon Laferte, te amo hace guiños a muchas de esas “otras cosas”. Hay destellos a sus murales y pinturas y dibujos, a los enormes muñecos (sus “monstruos”) que la acompañaban en el escenario del Walt Disney Concert Hall, a su escenografía y abalorios. Y sin embargo, en todos los medios, sigue solidarizándose con quienes luchan por la justicia. Ha cantado himnos de protesta contra el feminicidio (“Canción Sin Miedo”); ha defendido una constitución que habría sido la primera en codificar el derecho al aborto; ha interpretado “Manifiesto” del poeta asesinado Víctor Jara en el 50º aniversario del golpe de estado en Chile; cantó “El Derecho de Vivir en Paz” junto a otros artistas chilenos; dedicó murales a los supervivientes de agresiones y a las víctimas de la dictadura de Pinochet; tuvo un concierto en una cárcel femenil y escribió sobre la injusticia del estado carcelario (“Se Va La Vida”); denunció la brutalidad policial. Puede que no veamos todo eso en este documental, pero sí está ahí.

Está ahí en el reconocimiento de que su fama no merecía el trabajo y la explotación que sufrió para conseguirla; que se merecía algo mejor como niña y mujer joven. Está en las monedas a las que recuerda que olía, y en la claridad de que la pobreza es tanto el resultado de injusticias estructurales como creadora de condiciones para otras: enfermedad, hambre, malas condiciones laborales, abusos. Está en su amor por todas las versiones pasadas de sí misma.

Tal vez Laferte no vea a una activista en el espejo porque entiende su trabajo como lo que se espera de ella como persona, como el mínimo cuidado. Tal vez no. Pero antes de desechar todas las etiquetas (y reconociendo que al fin y al cabo, yo soy una fan): hay una que Laferte se ha ganado, una y otra vez. Es una artista, en el más verdadero sentido de la palabra. +

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1

Casi la mitad de los chilenos vivían por debajo del umbral de la pobreza a mediados de los años ochenta, durante la dictadura de Pinochet.

mon laferte, te amo [español] (2024)

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